El reciente anuncio del retraso en la construcción del submarino S-80 al no cumplir las especificaciones teóricas de su diseño ha puesto de manifiesto casi todas las acepciones de un paradigma; nosotros veremos hoy ese caso pensando en un paradigma como una cosmovisión que determina un comportamiento, pero antes ubicaremos al S-80 en la que debería ser su posición ideal para luego tratar lo posible.

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Una armada global

VOZPOPULI, 01 Ago. (Madrid).- Por su posición geográfica, la Península Ibérica es una de las más importantes del mundo, y como tal, quienes la dominan se ven sujetos a unos compromisos estratégicos navales de primera magnitud y para resolverlos se ha de tener, dentro de una estrategia de largo plazo, una armada global que genere las alianzas e intereses necesarios para garantizar su paz y seguridad. España, por su dimensión económica puede y debe tener una armada global; lamentablemente, por nuestra hegemonía cultural el debate político y sindical replica esquemas, consignas y mitos de nuestros fatídicos años 30 del siglo pasado, empantanándonos en la mediocridad general y la utopía.

Más allá de las operaciones de seguridad en su zona económica exclusiva, una armada global exige una flotilla en misión permanente circunnavegando el globo, pues ha de entenderse que el personal de esa armada no son soldados que en caso de conflicto se embarcan, si no que son, antes que nada, marinos y dicha fuerza ha de forjarse en misiones de muy largo alcance. Es en esas condiciones donde se prueban los equipos, desarrollan las capacidades logísticas, operativas, de salvamento, vigilancia, cooperación, inteligencia, diplomáticas, promoción de equipos de producción nacional, de instrucción, mantenimiento, telecomunicaciones, investigación oceanográfica y un largo etcétera; de esa forma, si armadores españoles (u otros) son víctimas de la piratería, una actividad en auge (enlace a mapa), la persecución de los delincuentes pasaría a ser una acción casi rutinaria.

Naturalmente, la construcción de dicha fuerza, sus misiones y condiciones de intervención deberían ser fijadas y controladas (ejemplo) por un gobierno que fuera representativo y con división de poderes (cosa que ahora no ocurre), que explique a la sociedad las razones y actividades de la misma.

La falta de estrategia

Lamentablemente, la mayoría de los españoles – no así La Armada – funcionamos permanentemente en el cortoplacismo, el cambio repentino de proyectos vitales, la táctica, el regate en corto, cuando no a base de pelotazos que en la política incluye corrupción, deslealtad y utopía. Del “de entrada no” a la foto con Barroso en las Azores (¿borrado a la soviética?), hasta la posterior traición a una alianza, padecemos las consecuencias de una larga lista de acciones de listillos y bandazos estratégicos ruinosos.

La crisis con la estatal DCNS

Nuestra empresa naval militar, Navantia (antes Izar, antes Bazán), entró en un conflicto que se alargó hasta 2009 con DCNS, polémica empresa pública francesa, país aliado de la bordada iraquí, con quienes construía el submarino Scorpene, de diseño conjunto pero producción 1/3% española y 2/3% francesa que, al parecer, aparecía en los stands de DCNS en las ferias internacionales como propio. Por otro lado, desde 1997 la armada proyectaba con Navantia un sumergible superior, el S-80, que competiría con el Scorpene como ya lo hacen otros productos de Navantia con DCNS.

La armada y Navantia se encontraron en un serio apuro y en grave riesgo de perder el arma submarina (que cumple su centenario en 2015), pues los hoy viejos S-70 clase Galerna, co-fabricados con DCN, terminaban su vida útil y uno de ellos, el Tramontana, sufrió un gravísimo accidente en 2009. ¿Cómo salvar el arma submarina? Acudiendo a Estados Unidos y el Reino Unido, los mismos aliados antes maltratados y sin los cuales no sería posibles los sensores y armamento esenciales del S-80.

Retos del proyecto S-80

El primero, que el diseño pasó a ser 100% responsabilidad española; el segundo, que debía tener el máximo de fabricación nacional, con lo que había que desarrollar proveedores; el tercero, que sería el primer submarino construido en solitario y sin la supervisión y los controles de un productor más experimentado, teniendo que desarrollarse la calidad total de forma endógena; el cuarto, los componentes coincidentes con DCN debían ser mínimos; el quinto, terminar a tiempo a fin de sustituir las unidades obsoletas, evitando el coste tener que hacerles la gran carena, en que se desarma, testa y sustituyen los elementos no fiables de la nave y que cuesta unos 30 millones de euros por unidad; sexto, debía de hacerse en plena crisis económica; y séptimo, no contaría con apoyo y comprensión política y ciudadana. Personalmente, creo que hicimos bien asumiendo estos retos.

Un error en el S-80

Tan pronto como Defensa informó de un exceso de peso de 70 toneladas que comprometía su reserva de flotabilidad (¿50%?), nuestros competidores lo celebraron, toda una legión populista se lanzó al ataque y un político de cuarta fila hizo chistes impropios de su cargo como si lo vieran hundirse, cuando aun no está terminado; además, si fueran serios, sabrían que perder reserva de flotabilidad no implica hundirse. Ahora, tras los incidentes, el mercado le exigirá a la clase Peral más que a las demás; que remedio, pero como decimos en Macro Matters, todo tiene su tratamiento.

En la construcción y navegación de un submarino, como en todo medio de transporte extremo, los errores suelen traducirse en muertos y todos los implicados, unos 3.000, han de ser plenamente conscientes de ello. Alargar siete metros el submarino (eso hicieron los suecos para incluir su AIP) hasta casi los 80 (¿14% del casco resistente?), afectará sus prestaciones reales, que se acercarán a las oficiales y costaría unos 50 millones de euros por unidad, más la parte alícuota final de 14 millones por contratar la consultoría de General Dynamics Electric Boats que informará en breve.

No parece que intentando cuadrar el círculo convirtiendo en costero la primera unidad, que está bastante adelantada, hasta ampliarlo en su primera gran carena, reduciendo su autonomía (1 ton. diesel = 1.176 litros; 1t etanol = 1.265 lts.), armamento (torpedo Atlas, 1,42 ton; Tomahawk, 1,82 t; Harpoon, 0,68 t; mina Minea, 0,9 t.) o afectando su generador AIP y acumuladores, sea factible como solución transitoria. También podrían modificar el casco exterior pero, en todo caso, eso deben decidirlo los técnicos, los que certifican el sumergible y quienes han de operarlo, responsables principales de las vidas de sus tripulantes, no la opinión pública.

El S80 y el Astute

Este lamentable fallo de gestión debe aprovecharse también para reforzar la investigación en la reducción de peso y aumento de potencia de la planta motriz a fin de mejorar sus capacidades oceánicas (¿modelo Australia?), para aproximarle a las de los todavía muy lejanos submarinos nucleares. Al parecer, sigue pendiente la fiabilidad del sistema AIP español, principal obstáculo en el camino crítico del proyecto (CPM básico) cuyo primer prototipo se quemó y que ya debería estar más que listo y trabajando 24/7, demostrando que será el mejor del mundo.

Como comparación, El Astute, un submarino nuclear de ataque (SSN) de la marina británica, de 97 metros (enlace a un excelente documental de la BBC) y con un coste 1.500 millones de euros por unidad, cuyo proyecto tuvo un sobre coste de unos 2.000 MM, tardó diez años en construirse y la primera unidad se retrasó 57 meses, teniéndose que pedir asistencia a, adivinen, General Dynamics Electric Boats y todo producto una mala planificación de una armada global (hay un caso mucho peor).

Aspectos económicos

La serie S-80, o serie Isaac Peral, por su primer unidad la S-81 (o SSP-81), que ya ha cambiado el paradigma de sus pretendidos competidores (un caso), tiene un coste unitario para cuatro unidades, aplicándoles todas las inversiones, desde el simulador a toda la I+D, que ronda los 533 millones de euros, pero hemos de pensar que tiene un mercado potencial de 30 unidades para un total próximo a cien, además de todas las ventas de productos y servicios durante la vida útil de los mismos, unos treinta años.

Es cierto que tenemos problemas fiscales pero gran parte de nuestra deuda pública, salvo la parte del déficit producida por la recesión global de 2008-2009, era totalmente evitable, como vimos al dimensionarla para el caso Zapatero (podría hacerse para Rajoy), de valor equivalente a la armada americana. Lo que no debemos hacer es dejar este hito naval e industrial en personas con un paradigma ruinoso y equivocarnos como con Isaac Peral y Narciso Monturiol. ¿Repetiremos los mismos errores?

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