A Jesucristo se le atribuye el milagro de la multiplicación de los peces. Donde había unos pocos, logró dar de comer a cientos de personas. Dos milenios después, toda nuestra tecnología obra cada día el milagro inverso: pescar 10 y dar de comer a uno. Por increíble que parezca, esto es lo que hacemos. En inglés se llama 'bycatch' (captura accesoria) y, en español, descartes de pesca, pero no es más que un desvío para decir algo simple: tirar pescado por la borda. Cada día, millones de peces no deseados son arrojados al mar. Lo hacen muertos o moribundos, tras pasar tiempo aplastados en las redes y expuestos en cubierta. El índice de supervivencia es muy bajo y la mayor parte se pierde para siempre.

Según la FAO son 7,3 millones de toneladas al año, el 8% de las capturas serviría para dar un kilo de pescado al año a cada habitante del mundo
 
ELMUNDO, 10 Mar. (Madrid).- Según la Organización de las ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cada año se desecha en el mundo el 8% de las capturas. Son 7,3 millones de toneladas, que servirían para dar un kilo de pescado a cada habitante del planeta. La media mundial empeora en el caso de Europa. La industria comunitaria desecha 1,3 millones de toneladas, que equivalen al 13% de sus capturas. Pero eso es una media. En algunas pesquerías, como la de arrastre, el nivel de descartes llega al 70%, según la UE, o hasta el 90%, según expertos independientes.
 
¿Cómo es posible que esto ocurra? El motivo es una mezcla de factores económicos y normativos, explica el científico marino Javier López, de la organización de conservación Oceana. En ocasiones, el pesquero sólo se queda con lo más valioso y desecha aquello que carece de mercado. Pero también influye el entramado legal. Hay barcos europeos que no tienen permiso para ciertas especies, o han completado ya la cuota asignada o, sencillamente, han capturado ejemplares que no dan la talla mínima. En todos los casos, el destino es el mismo. Acaban muertos en el mar.
 
Para Javier López, esto es un dispendio económico y una amenaza para los stocks futuros, además de un desastre biológico. Y en los mismos términos opina ahora la UE. Los descartes de pesca son algo «inmoral y sin justificación», ha afirmado la comisaria europea de Pesca, María Damanaki, quien reunió a los ministros de los países miembros el pasado 2 de marzo de 2011 para plantearles que hay que poner fin a esta práctica. En ese encuentro, Damanaki afirmó que en Europa la mitad de la extracción de pescado blanco se tira por la borda. «Si seguimos así, la capacidad de los ecosistemas marinos estará en peligro y los pescadores y su familia pagarán la factura», recalcó.
 
Dejar de hacerlo en breve plazo
La comisaria quiere presentar una propuesta en los próximos meses para implantar una prohibición de los descartes a partir de 2014, cuando debe aprobarse la nueva Política Pesquera Común (PPC). A favor de actuar rápido estuvieron países como Gran Bretaña, Alemania o Francia. España adoptó una posición más suave. La ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, Rosa Aguilar, pidió que la posibilidad de vetar los descartes a partir de 2014 se estudie «pesquería por pesquería» y se debata «con el sector». Hay que tener en cuenta que España es una de las grandes potencias pesqueras de la UE y el Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino ha estado muy cercano a los intereses del sector pesquero desde la etapa de Elena Espinosa, quien dejó el cargo en noviembre.
 
Tampoco hay que obviar que la posición de la UE ha habido un detonante mediático muy reciente. En Gran Bretaña ha obtenido un gran éxito de audiencia la emisión, a finales de 2010, en el Chanel 4, de una serie televisiva de tres capítulos sobre los descartes de pesca dirigida por el chef Hugh Fearnley-Whittingstall. En poco tiempo, se recogieron 650.000 firmas que pedían al Gobierno británico una acción legislativa para acabar con el ‘bycatch’ y esta movilización ha reavivado el asunto en el seno de la UE.
 
El sinsentido de los descartes aparece como un monumental error de mercado y como un ejemplo de los efectos perversos que pueden llegar a tener un exceso de normas bienintencionadas, dicen los expertos. Como explica Javier López, eso no hubiera ocurrido hace décadas en Europa ni ocurre hoy mismo entre los pescadores artesanales de países pobres. Porque, cuando hay necesidad, todo el pescado sirve para algo. Se aprovecha y, desde luego, se lleva a puerto para utilizarlo.
 
Pero ahora, una mezcla de pesca concebida como un proceso industrial, un mercado que sólo quiere pescados de gran valor añadido y unas normas protectoras que no funcionan hace que la flota trabaje en una especie de suicidio colectivo. Tirar al mar un pez porque ya se ha superado la cuota o porque es más pequeño de lo permitido no ayuda a proteger el mar: el resultado es que el pez muere igual y encima lo hace en balde, porque nadie lo aprovecha.
 
Ante este panorama, acudir a la pescadería puede convertirse en una agonía si uno se considera un consumidor comprometido. Pero hay soluciones. La UE propone algunas para 2014, que irían en función del tipo de flota y del tipo de pesquería. Se quiere regular el esfuerzo, es decir, bajar el número de horas y de días que puede faenar cada barco. También se piensa en imponer otro tipo de cuota: la cuota de descartes de pesca que cada barco se puede permitir por jornada. Ambas medidas forzarían a cada barco a ser más eficiente y a mejorar sus métodos para mantener las capturas comerciales haciendo menos daño que antes.
 
La UE también quiere poner observadores en cada barco o cámaras a distancia para inspeccionar las labores. Y se plantea permitir que los descartes se lleven a puerto y se destinen a derivados de pescado, que pueden emplearse en acuicultura, por ejemplo. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las piscifactorías crían especies carnívoras, que necesitan comer otros peces para crecer. Hay toda una pesquería dedicada a abastecer a la acuicultura. Quien compra un salmón cultivado pensando que así ayuda al mar ignora que se han pescado al menos cuatro kilos de peces para criarlo.
 
Artes de pesca dañinas
 
Una de las medidas que Bruselas no se plantea todavía es prohibir las artes de pesca más dañinas, como el arrastre de fondo, que es algo que demandan de forma urgente biólogos y ecologistas. Según Javier López, el arrastre de fondo, que arrasa el terreno con un rodillo y una enorme red, es lo mismo que si «para cazar un conejo arrancáramos todo un monte con un bulldozer gigante». En realidad, cuanto más artesanal y especializada es una pesquería menos dañina es. Son los grandes barcos industriales, que usan redes kilométricas y métodos indiscriminados, los más lesivos. «Y también son los que menos empleo crean», apuntilla el científico Javier López.
 
Deterioro del mar
 
Los descartes son la puntilla que le faltaba a los deteriorados océanos. En 2009, la FAO afirmó que el 80% de los caladeros están sobreexplotados. Según un estudio publicado en la revista ‘Science’ en 2006, el 91% de las especies comerciales ha reducido su número a la mitad y un 29% de las de consumo habitual ha colapsado, es decir, tiene una población por debajo del 10% de la original, un nivel a partir del cual la recuperación es muy difícil. Es lo que pasó en los años 70 con la anchoveta de la costa de Perú, en tiempos la mayor pesquería del mundo. Lo mismo ocurrió con el bacalao de Canadá a finales de los 80. Las existencias de pesca nunca han vuelto a remontar.
 
Los psicólogos hablan del paradigma de la abundancia para explicar cómo nos adaptamos a las nuevas circunstancias cuando hablamos del mundo natural. Hoy consideramos abundante lo que es sólo una versión disminuida del pasado. El peso medio de los atunes del Mediterráneo o de los peces espada del Caribe que se capturan hoy no llega a la mitad de hace un siglo.
 
Consideramos como peces muy grandes lo que antes eran piezas vulgares. El biólogo Enric Sala ha llevado a cabo extraordinarios hallazgos en ecología al estudiar la estructura de las comunidades marinas de las zonas vírgenes de algunos atolones del Pacífico. Allí ha descubierto que el arrecife original tenía más variedad de especies, más número de peces y más abundancia de ejemplares grandes. En resumen: mucha más biomasa que los actuales. Y esa abundancia y variedad es un seguro de vida que concede resistencia a los ecosistemas ante cualquier cambio. Frenar los descartes de pesca puede ayudar a salvar lo que nos queda de los océanos y a no tener que esperar a que una pesca milagrosa nos multiplique en el futuro los peces que no tendremos.
 
Datos prácticos
 
EL SELLO MSC. Una forma que tiene el consumidor de asegurarse de que los productos que compra se han obtenido haciendo el menor daño posible a los ecosistemas es recurrir a aquellos que cuentan con una certificación ambiental. En temas marinos, el sello internacional más reconocido es el MSC que concede el Marine Stewardship Council. MSC es una organización internacional independiente y sin ánimo de lucro que realiza auditorías ambientales a los productores y distribuidores de pescado. Cuando concede el sello, éste asegura que se han cumplido parámetros de respeto al medio ambiente y a los derechos laborales y que hay una cadena de trazabilidad para seguir el recorrido del producto desde el mar hasta la mesa.
 
RESERVAS MARINAS Las áreas marinas protegidas han demostrado ser una extraordinaria herramienta para potenciar la vida en los océanos. No sólo amparan el territorio concreto incluido en la reserva, sino que extienden el beneficio alrededor, al convertirse en refugio y criadero de peces para toda el área circundante. Diversos estudios económicos llevados a cabo en el entorno de reservas marinas del Mediterráneo han probado que la renta del área circundante se ha multiplicado desde su creación. También es cierto que la protección marina es mucho más reciente que la de áreas terrestres y está menos extendida. Por eso, hay esfuerzos para aumentarla. En la Cumbre de la ONU sobre Biodiversidad celebrada en Nagoya el año pasado se propuso que el 10% de los mares esté protegido para 2020.
 
MIRAR LA ETIQUETA. Si alguien va a una pescadería española y no entiende lo que es cada pescado expuesto, puede sentirse engañado y denunciar un fraude normativo. El Estado ha impuesto unas normas muy claras de etiquetado. Las piezas expuestas deben indicar el nombre vulgar y también el nombre científico con sus dos palabras en latín. Esto último es fundamental para determinar exactamente la especie y evitar errores. Basta como ejemplo saber que, como atún se pueden vender una decena de especies, y el precio de unas a otras puede ser seis veces mayor. Además, se debe indicar dónde se ha pescado, según las áreas marinas descritas por la FAO, y si es capturado en el mar o de acuicultura. Lo que ocurre es que la aplicación y vigilancia de estas normas de etiquetado es competencia de las comunidades autónomas y cada una de ellas obra a su manera. Conclusión: en la mayor parte de las pescaderías españolas es imposible saber lo que están vendiendo.
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