Ni uno solo de los cinco niños, incluida Happiness (Felicidad), la bebé nacida minutos antes en la patera el pasado 12 de diciembre, lloró o derramó una lágrima mientras el sargento primero de la Armada Carlos Trujillo, amarrado por la cintura a un cable guía del que tiraban varios compañeros, les trasladaba desde la embarcación encallada en un acantilado hasta el pequeño puerto de la isla de Alborán, en la oscuridad del anochecer, en medio de un fuerte oleaje, y a pesar de que en ocasiones el agua les llegaba a cubrir la cabeza.

El destacamento de Alborán hace turnos de 20 días en la isla

ALMERIA, 21 dic.- (elmundo.es).- El sargento, socorrista y miembro del destacamento militar formado estos días por otros nueve hombres y una marinera, reconoce que aún se siente impresionado por el recuerdo de los ojos muy abiertos de aquellos pequeños, pero que se mantenían en un silencio extraño, que le sobrecogió. "Sólo se agarraban muy fuerte a mí, estarían asustados", dice por teléfono desde la isla, donde aún permanecerá hasta el próximo 29 de diciembre, puesto que los destacamentos se relevan cada 20 días.

Alborán es un pequeño trozo de 90.000 metros cuadrados de roca volcánica situado más cerca de Marruecos que de Almería. Llegaron a la isla el día 9, tres antes del rescate. El sargento Trujillo se sintió impresionado cuando llegó a la embarcación neumática atrapada entre las rocas del acantilado y comprobó cómo la madre de la niña aún sangraba tras el parto. "No hablaba español, me miró a los ojos, como suplicándome, y sólo con la mirada la tranquilicé, intentando comunicarle un mensaje de tranquilidad, de que iba a salvar la vida de su hija. Sólo entonces, ella me la dejó en mis brazos".

A continuación, uno a uno, con una mano asida al cabo del que tiraban otros marineros, y con la otra sujetando a los asustados tripulantes de la patera, Trujillo pudo trasladarles sanos y salvos, a través de los acantilados, hasta el pequeño puerto de la isla, situado a unos 150 metros del lugar donde embarrancó la embarcación. "El oleaje me arrastraba en ocasiones y caíamos al agua, así que yo tiraba del cabo y mis compañeros nos subían con fuerza. Fue una temeridad, pero era lo único que podíamos hacer; tuvimos suerte, porque ‘sólo’ había marejada", reconoce. Tras el rescate, sufrió síntomas de hipotermia, pues se lanzó al agua con su uniforme habitual, y heridas y rozaduras en todo el cuerpo por el golpe con las rocas, que él ni siquiera menciona por humildad, aunque sí sus compañeros.

Izado de la bandera.

El heroico rescate en el que participó todo el destacamento llevará al teniente de navío al mando, Bartolomé Navarro Méndez, a proponer que el equipo reciba una recompensa militar, aunque el propio Navarro -él mismo era el último hombre de la cadena formada por el destacamento para el rescate- precisa también que para todos ellos es mucho más importante el orgullo personal por su trabajo.

Un trabajo diverso y singular
Un trabajo en el que no son habituales intervenciones como este rescate, puesto que, tanto en lo que se refiere a la inmigración, la pesca o el medio ambiente, su función es fundamentalmente de vigilancia. Entre otras cosas, por falta de medios, ya que el destacamento sólo dispone de embarcaciones neumáticas con las que pueden salir a las inmediaciones de la isla para atender cualquier eventualidad, como ha sido en otras ocasiones la de remolcar alguna patera que quede a la deriva.

La bandera española hay que cambiarla habitualmente porque las condiciones meteorológicas la resquebrajan en apenas semanas. "Nuestra función aquí es muy singular, porque cambia todo el trabajo en relación a lo que estamos acostumbrados, empezando porque sólo estamos aquí, la mayoría, durante sólo 20 días en toda nuestra carrera militar", dice el teniente de navío Navarro, que a sus 51 años acude por primera vez a la isla. Su destino habitual está en la escuela naval de Pontevedra.

En este momento, la soberanía española de Alborán está garantizada por la presencia de un oficial al mando, el teniente Navarro, un suboficial, el sargento Carlos Trujillo-, un cabo primera, cuatro marineros, en este caso tres hombres y una mujer, Montserrat Sierra, quien fue la encargada de coger en sus brazos al bebé recién nacido tras llegar a tierra- y cuatro soldados de infantería de Marina.

El destacamento hace su vida en un edificio rehabilitado hace cuatro años por la Secretaría General de Pesca, donde disponen de seis dormitorios. Los mandos y la marinera Sierra cuentan con una individual. El edificio también dispone de una enfermería, un comedor, una sala de televisión, una despensa y un almacén. "Respecto a la habitabilidad, no nos podemos quejar", dice el teniente.

Revisión del depósito de agua.

Pese a lo que pueda imaginarse en un espacio tan reducido, los miembros del destacamento afirman que no tienen demasiado tiempo para aburrirse en la isla. Más difícil es acostumbrarse al fuerte viento que siempre sopla, ya sea de Levante o de Poniente, en la zona, sólo apto para mentes equilibradas. Los militares que han estado en Alborán también destacan la brusquedad con que suele cambiar el tiempo, de forma que una calma chicha puede tornarse en temporal en cuestión de minutos.

Se dice que una de las tres tumbas de la isla es de un piloto alemán cuyo cadáver alcanzó flotando la isla en la Segunda Guerra Mundial. Una vida reglada
El toque de diana resuena junto al viento a las ocho de la mañana en la isla, la hora de izar la bandera, que hay que cambiar periódicamente porque las condiciones meteorológicas la resquebrajan en apenas semanas. Tras el desayuno, quienes no realizan la labor de vigilancia continua desde la torre del edificio realizan tareas rutinarias de limpieza.

Tras un breve descanso a media mañana, los soldados trabajan en otras labores de mantenimiento, bien sea de los generadores eléctricos o de la planta potabilizadora, que hay que revisar periódicamente para evitar sorpresas desagradables. También pueden realizarse ejercicios de adiestramiento.

Después de la comida, de la que se encarga un marinero especializado en hostelería y alimentación, el destacamento, sin descuidar ni un sólo instante la vigilancia y cuando se han terminado todas las tareas rutinarias de limpieza o mantenimiento, dispone de tiempo para leer, ver películas o hacer ejercicio, para lo que utilizan la zona comprendida entre el viejo faro y el minúsculo cementerio, en el que sólo hay tres tumbas. Se dice que una de ellas es de un piloto alemán cuyo cadáver alcanzó flotando la isla en la Segunda Guerra Mundial. Las otras dos son de Isabel Espinosa Heras y Antonia Fernández de Somavilla, familiares de dos antiguos fareros que fallecieron en la isla en 1910 y 1920.

Una pequeña roca en Almería

Aunque en la actualidad la función principal del destacamento de la Armada en la isla, un pequeño trozo de tierra de 90.000 metros cuadrados de roca volcánica y 642 metros de longitud, situada más cerca de Marruecos que de Almería, es, desde 1997, la de mantener una presencia militar para garantizar la soberanía nacional y la vigilancia del tráfico marino y aéreo, también colabora con la Junta y la Administración central para que, entre otras cuestiones, se respeten las normativa de pesca, medio ambiente e inmigración.

La isla de Alborán fue asignada administrativamente a la provincia de Almería en 1884 por disposición del rey Alfonso XII. Tras la Guerra Civil fue ocupada por un destacamento de Marina que la abandonó en 1963, para regresar cuatro años después.

La isla y un entorno del mar de una milla está declarada reserva marina donde están muy limitadas o prohibidas, dependiendo de la cercanía a la costa, la pesca y cualquier extracción. Para vigilar el cumplimiento de la ley, los soldados colaboran con la embarcación Riscos de Zamara, de la empresa Tracsa, contratada por la Secretaría General de Pesca para este trabajo.
 

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