Diario de Cádiz. Un antiguo taller de forja revivido acoge entre sus paredes los nombres de todos los barcos construidos en Cádiz, Puerto Real y San Fernando desde 1730

panel astillerosA medida que la realidad y, especialmente, el futuro de los astilleros gaditanos va languideciendo, su pasado, su estructura, su ADN interno se va agigantando.

Dentro de la factoría de Puerto Real hay vida. Cientos de voces, miles, que no paran de golpear en los antiguos talleres. Parecen decir: “Somos nosotros, la historia de esta Bahía”. Están en Matagorda, la parte más antigua del astillero, la que guarda en su interior innumerables hitos de una época que la realidad de hoy ha convertido en casi secretos. Son barcos, personas, obreros, hechos… Una vida que ya dura 283 años y que ha parido la esencia de un pueblo. Con esta intención, tal vez, el director del Museo El Dique, José María Molina, decidió dar otro paso en su afán de recuperar un patrimonio industrial prácticamente inédito en España. Lejos de que su soledad en el museo lo amilanase, entró en un antiguo taller de forja del astillero y le dio luz.

Después de eliminar lo que sobraba (sin obra de ningún tipo), reapareció la solemnidad de antaño, la de una nave impresionante cargada de historia. Y en su interior, el vacío de muchos años fue sustituido por la última creación del director del museo: unos 30 paneles que recogen años y nombres, nada más y nada menos que el legado de un pueblo, el de sus astilleros.

Molina ha colocado en esos paneles los nombres de los casi mil barcos construidos entre los astilleros de Cádiz, Puerto Real y San Fernando en toda su historia. El primer barco que salió de esta tierra no podía tener otro nombre: Hércules 2, de 1730, y se hizo en La Carraca, en San Fernando. Fue un navío de línea para la Armada Española. El último fue uno de los buques entregados a Venezuela el pasado año.

José María Molina habla de corrido. Dispara datos, historias, momentos. Explica dando un lento paseo por el interior de la nave de forja que “teníamos un taller estropeado, que formó parte del proceso de recuperación del patrimonio, del siglo XIX y que decidimos recuperar”. Comenzó a trabajar en él, con su antiguo equipo, en el año 2008 y se ha ido rehabilitando poco a poco, bajo el mando del antiguo director de Navantia en Puerto Real y La Isla, Fernando Miguélez.

“A partir de ahí nos planteamos la posibilidad de utilizarlo para algo más, como espacio multiusos”, recordaba Molina. Y ahí surgió la idea. El equipo de investigadores del museo comenzó a buscar en distintas fuentes todos los barcos del astillero de Cádiz, los del Arsenal de La Carraca y los de Puerto Real y se les dio unidad cronológica por años. Los dos primeros paneles son barcos de La Carraca. “En ellos podemos ver barcos que ya no existen, como los navíos de línea de finales del siglo XVIII y hay modelos muy antiguos, como las chatas, que son barcos de guerra armados con cañones; o bergantines y las antiguas fragatas… Los barcos nunca miden más de 50 o 60 metros de eslora. Si observamos a los barcos fenicios tienen esa media, nunca más de 50 metros y así se mantienen hasta que empieza el gran desarrollo del gigantismo naval en los años 50-60 donde empiezan a crecer”, explica Molina.
En el segundo panel se observa cómo comienzan a entrar en dique los barcos de vapor. El Pizarro 2, de 1851, es un vapor de rueda que marca el final de una época. Después empiezan a construirse los barcos de acero. Así, el cañonero Martín Alonso Pinzón, de 1892, se hace en La Carraca. O el submarino Peral, de 1889.
En el panel 3 ya aparecen los primeros astilleros civiles: el de Matagorda, con el Joaquín del Piélago, un barco de pasaje y carga; y el de Vea-Murguía en Cádiz, con el Eulogia, un yate de 1894 de 16 metros de eslora. Igualmente, desaparece de la lista de construcciones el Arsenal de La Carraca y empieza a tomar auge el astillero civil. En 1915 inicia su andadura en Puerto Real la Sociedad Española de Construcción Civil, y el de Cádiz pasa a Echevarrieta.

Molina explica que “el astillero de Cádiz ha tenido muchos propietarios y, como estaba en el núcleo urbano, ha tenido una historia muy intensa, con un sindicalismo muy activo, presencia ciudadana, huelgas. En Puerto Real no, estaba retirado y estaba controlado por una familia”. Allí, en 1920, se hace el vapor Matagorda, que hoy adorna el exterior del dique.

La antigua Bazán se hace cargo del astillero de La Isla después de la II Guerra Mundial. Ya aparece San Fernando, que es el que más volumen de barcos genera “porque eran muy pequeñitos”, asegura el director. El primero es el R28, del año 1948, un remolcador. En los paneles sorprende ver, por ejemplo, la construcción del Juan Sebastián Elcano en 1928, o el Esmeralda, buque escuela de Argentina. Molina detalla que “se iba a llamar Juan de Austria e iba a ser el sustituto del Elcano. Pero lo pilló la Guerra y después la gran explosión de Cádiz de 1947. Como había que pagarle a Argentina en especie la deuda contraída por aprovisionamiento durante la Guerra, se pagó con ese barco”.

Todos los barcos tienen una historia detrás, desde quienes lo construyen hasta quienes viven en él. A partir de aquí, la historia, por reciente, en más conocida. Comienzan a construirse los grandes petroleros. Como el Amoco Cádiz, que se hundió en la costa francesa y fue el primer gran desastre ecológico en la mar. En 1974 ya aparece Aesa. Después vendría Izar y, finalmente, Navantia.

Y el recorrido por la inmensa sala acaba junto a la puerta de entrada. Allí, “una de las pocas campanas civiles que existen”, dice el director del museo. Es del año 1881 y se la golpeaba cada vez que cambiaban los turnos o llegaba el descanso. Es la tatarabuela de la sirena del dique.

Fuente: Diario de Cádiz
http://www.diariodecadiz.es/article/provincia/1503743/los/mil/hijos/astilleros.html

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