Suena el coro Bach de Londres, que interpreta la solemne introducción de un conocido tema de los Rolling Stones: “You can’t always get what you want”. Traducido al español: “No siempre puedes conseguir lo que quieres”. Una canción compuesta en los años sesenta que habla de amor, política, drogas… Décadas después, la pieza de Mick Jagger y Keith Richards se reproduce, como una casual ironía, a través del hilo musical de una tienda del sector americano en la base naval de Rota (Cádiz).


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La marina de Estados Unidos cumple 60 años en la base gaditana

EL PAIS, 01 Oct. (Rota).- Unos pocos clientes, militares uniformados de la Marina de Estados Unidos, compran en suelo español todo tipo de artículos sin IVA. Una ventaja fruto de un acuerdo militar y económico firmado en 1953 por los Gobiernos de Dwight Eisenhower y Francisco Franco, y renovado por sucesivos Ejecutivos hasta nuestros días.

El pasado jueves se cumplieron 60 años de aquella primera rúbrica, por la que EE UU y España lograron lo que querían el uno del otro. El primero se estableció militarmente en varias bases que ayudó a construir en Zaragoza, Torrejón de Ardoz (Madrid), Morón (Sevilla) y Rota (Cádiz), como parte de su estrategia durante la guerra fría, mientras que para el franquismo significó el principio del fin de su aislamiento tras la Segunda Guerra Mundial. Entre agosto y septiembre de 1953, Franco consolidó la dictadura gracias a dos acuerdos: el Concordato con el Vaticano y el Pacto de Madrid con EE UU. La Iglesia se aseguró muchos privilegios, mientras que para los estadounidenses España era solo un mal político menor: “Nos vemos enfrentados con la necesidad de tragar con una píldora amarga”, opinó The New York Times.

Más entusiasmo demostró la prensa española tras la firma de los tres convenios de “construcción y uso conjunto de ciertas instalaciones militares, de ayuda económica y de ayuda para la organización defensiva de España”. El diario Abc dedicó muchísimas páginas al asunto y alabó la inyección de 226 millones de dólares de los norteamericanos, sin poner en contexto que el precio era muy bajo. Y es que el Plan Marshall, que funcionó entre 1948 y 1952, regó Europa con muchos más millones de Washington: 2.805 en Reino Unido, 2.488 en Francia, 1.173 en Alemania… “Sería erróneo que alguien pretendiera valorar los acuerdos por el cálculo frío del importe material de unas ayudas”, afirmó el Caudillo.

La influencia estadounidense a partir de entonces fue tan poderosa que España acabó ingresando en 1955 en las Naciones Unidas, rompiendo así el veto al que se le había sometido desde la fundación del organismo en 1945. El país se benefició de infraestructuras y avances importantes, como la construcción del oleoducto Rota-Zaragoza, la energía nuclear o la inclusión en el programa académico Fulbright. Las bases militares, eje principal de los acuerdos hispano-norteamericanos, ayudaron al desarrollo económico de los municipios que las acogieron. Los dólares, pero también la música, la ropa, las costumbres e incluso los preservativos, llegaron a estas localidades antes que a ningún otro lugar de España.

Agustín González, taxista jubilado de 75 años, resume las contradicciones de aquel boom que él vivió en Rota: “Cuando llegaron los americanos, había mucha hambre. Al principio, la gente se lo tomó mal, porque nos expropiaron las tierras por cuatro pesetas. Pero luego conseguimos derechos que no teníamos, como la Seguridad Social. Con el taxi se ganó dinero: no había tantos coches como ahora, y los americanos eran muy buenos clientes”. Muchos recuerdan las generosas propinas, y también el asombro de descubrir la Coca-Cola, el Marlboro, o las “picas”, como llamaban los locales a los pick-up trucks, las camionetas estadounidenses. “Esa novedad caducó. Antes, por ejemplo, se daban muchos matrimonios entre americanos y españoles. Ahora ya no tanto”, explica José Javier Ruiz, concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Rota, que asegura que hoy unos y otros van más a lo suyo: “Lo que es convivencia… creo sinceramente que no la hay. Vivimos juntos, pero no revueltos. Nos aceptamos y el trato es muy cordial, pero hasta ahí”.

Con la entrada de España en la OTAN en 1982, la presencia militar estadounidense disminuyó. Los americanos abandonaron Zaragoza y Torrejón en favor del Ejército del Aire, y rebajaron sus efectivos en la base aérea de Morón y en la aeronaval de Rota. En el recinto de la gaditana viven hoy unos 4.400 estadounidenses (entre militares y civiles), según el Ministerio de Defensa de España, muy lejos de los 11.000 que albergó en sus “buenos tiempos”, en los setenta. Una cifra modesta en comparación con los 52.000 militares estadounidenses desplegados actualmente en Japón, los 45.000 de Alemania, los 11.000 de Italia o los 9.000 de Reino Unido, los cuatro países con mayor presencia, según el Departamento de Estado de EE UU.

La base de Rota se convirtió en la industria principal de la zona. Hoy sigue siéndolo, gracias a los empleos directos e indirectos que genera. Según el Ayuntamiento, el 60% de la población roteña (que suma 29.094 personas) depende de los militares. Y no solo de los americanos, sino también de los 5.250 españoles, más otros 1.800 familiares, que allí viven (Rota acoge la sede de la flota de guerra española). Más allá de las ideologías, “las lentejas” se imponen, y la mayoría de la gente es favorable a la base, lo que no significa que no existan problemas. “Ahora somos 960 civiles españoles trabajando, incluidos los de Morón, que son pocos. En una década se han perdido 600 puestos directos, de manera soterrada, a través de jubilaciones”, denuncia Rafael Chacón, secretario del comité de empresa de la base de Rota, de Comisiones Obreras.

Juan Carlos Heredia trabaja para los americanos desde hace 33 años. Es responsable de varios departamentos de la tienda de la base. Llegó cuando acababan de retirarse los submarinos nucleares estadounidenses Polaris, el punto y final a la bonanza, esa que inundaba de cientos de militares la avenida de San Fernando, una calle atiborrada de bares (y tentaciones) para ellos. Hoy quedan pocos vestigios de aquello. Aunque en todo momento vemos hasta donde nos dejan ver. Impera el secretismo.

En un pub decorado con cientos de billetes de dólar colocados por los clientes, nos acercamos una noche a cuatro militares yanquis para conversar. Despachan rápido: “No queremos hablar con vosotros”, dicen incómodos. Quizá es solo un episodio aislado, pero sorprende. Lorenzo Sánchez Alonso, primer teniente de alcalde por Roteños Unidos y exalcalde, contextualiza: “Les dan unos mítines antes de salir al pueblo. No quieren que metan la pata”.

Muchos militares estadounidenses, apodados por sus compañeros “ratas de base” porque apenas salen del recinto, tienen todo lo que necesitan: supermercado, gimnasio, cine, colegio… Heredia explica que en la tienda solo pueden comprar los americanos (militares y civiles), en dólares y sin impuestos. Una isla dentro de territorio español en la que teóricamente no mandan los americanos, pero que algún vecino compara con “Puerto Rico: Estado libre asociado”. Los militares compran souvenirs –flamencas, toreros y banderas rojigualdas–, y sus hijos se encuentran un panorama parecido en clase. En el colegio de la base, en la asignatura host nation (nación anfitriona), los niños aprenden cultura española: las paredes del aula están decoradas con fotografías de la familia real, un mapa de España que incluye la isla de Madeira como una comunidad autónoma más, pósteres de Semana Santa, de la Sagrada Familia… Al tiempo, dice Mohan Vaswani, director del high school, tratan de que los alumnos se sientan como en EE UU: hay banda de música, partidos de fútbol americano…

“Es la comunidad más pequeña de americanos desde que entré a trabajar, y por eso nuestra tienda está bajo mínimos. Estamos ganando un 30% menos de lo que deberíamos y no cubrimos gastos”, señala Heredia mientras caminamos por el establecimiento, que carece del bullicio que uno espera de un mall estadounidense. Para el año que viene confían en ser autosuficientes: “Tenemos buenas perspectivas, nos va a beneficiar que se duplique la población de la base con la llegada de los nuevos barcos”.

No hay nadie en el pueblo de Rota o en El Puerto de Santa María (con el que la base también hace frontera) que no sepa que a partir de 2014 la OTAN desplegará en España cuatro destructores estadounidenses como parte del escudo antimisiles de la Alianza Atlántica en el Mediterráneo. Tres de ellos –el USS Ross, el USS Donald Cook y el USS Porter– se mudarán desde Norfolk (Virginia), y otro más –el USS Carney– zarpará de Mayport (Florida). El Ross y el Donald Cook llegarán el año que viene, mientras que el Porter y el Carney lo harán en 2015, como nos confirma el comandante de las actividades navales de EE UU en España, Greg S. Pekari. “Llegarán entre 2.000 y 3.000 americanos. La mayoría de estas familias vivirán en Rota y El Puerto, y con un poco de suerte estimularán la economía”, defiende.

Tal y como apunta, muchos de los que arriben a Cádiz no podrán residir en el interior de la base, pues no hay suficientes alojamientos ni planes para construirlos. Así que se tirará del alquiler, y las agencias y particulares de Rota y El Puerto, pero también de Sanlúcar de Barrameda, Chipiona o Jerez, se frotan las manos. “Un americano puede pagar el doble y casi el triple que un español. Por una vivienda unifamiliar de 500 euros mensuales desembolsan 1.300. Son conscientes de que es más caro, pero no les importa. Se lo paga el Gobierno de Estados Unidos”, explica Juan Alberto Izquierdo, asesor inmobiliario y presidente de la Asociación de Empresarios, Comerciantes e Industriales de Rota (Aeciro).

Bob Crist, del departamento de housing (alojamiento) de la base, reconoce que la mayoría de los militares prefieren una casa dentro del complejo: “Muchos son jóvenes y no están acostumbrados a salir de su pueblo”, afirma con un perfecto acento andaluz, fruto de su integración modélica, matrimonio con una española incluido. El barrio yanqui de Rota, próximo al mar, es como cualquiera de EE UU: viviendas unifamiliares, tomas de agua para los bomberos, canastas de baloncesto, autocine, establecimientos de comida rápida… “Me siento como en casa. Casi siempre estoy dentro, aunque también me gusta ir a la feria, a la Semana Santa… Soy madre soltera, tengo tres hijos y me roban mucho tiempo”, describe Marrah Giardini, “orgullosa” miembro de la Navy desde que cumplió 21 años (ahora pasa la treintena).

Cuando un militar americano llega a Rota –un destino que dicen desear por el clima, la seguridad y la limpieza–, se trae a su familia y todos los bártulos, incluidos los muebles y los coches, en contenedores de barco. A veces también compran los automóviles en España, aprovechándose de importantes descuentos por ejemplo en BMW, que tiene un concesionario específico para los soldados, a los que ofrece rebajas de alrededor del 30%. Una política de agradecimiento de la compañía alemana desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Mientras esperan la llegada de sus enseres, algunos militares se alojan en el apartotel La Espadaña, cuyo director es Diego Vázquez. Su impresión es que la llegada de estos barcos supondrá “un empujoncito” para la economía, pero advierte: “Que nadie piense que esto va a ser como en los setenta. Hay que ser muy cautos. Hablar de previsiones con la Navy siempre es arriesgado”.

El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero pasó de no levantarse ante la bandera de EE UU en el desfile del 12 de octubre de 2003 en Madrid a autorizar, en octubre de 2011 en Bruselas, la llegada de los cuatro destructores americanos a Rota como parte de la colaboración española en el escudo antimisiles de la OTAN. Según la alcaldesa, María Eva Corrales, del PP, los estadounidenses estuvieron un tiempo sin salir al pueblo tras el desplante de Zapatero. Sin embargo, con el acuerdo en el último segundo de su mandato, el anterior presidente dio un impulso económico a la bahía de Cádiz. Aunque prometió “un millar de empleos”, dos años después la alcaldesa no se atreve a dar una cifra, menos aún tan elevada. Al otro lado de la bahía, en los astilleros de San Fernando, Navantia confía en adjudicarse el mantenimiento de los destructores: 200 millones de euros en cuatro años.

Corrales menciona el lema estrella del Ayuntamiento: Welcome to Rota (Bienvenidos a Rota). Una iniciativa para conmemorar el 60º aniversario de la base y para acoger la llegada de los nuevos inquilinos. “Tenemos conciencia de que no va a haber una ampliación de puestos de trabajo directos, así que orientamos nuestros esfuerzos a mantener los que hay, animar el consumo y el alquiler, y movilizar la economía local”, asegura. Más allá de esta afirmación algo etérea, el consistorio participa de iniciativas más concretas: la apertura de una oficina de información en la entrada de la base, una web para orientar a los americanos, una exposición que recuerda la historia de colaboración hispano-estadounidense… y la concesión a la Embajada de EE UU en España de la Urta de Oro 2013, el máximo galardón municipal.

Los agasajos provocan cierta sorna: “Esto parece Bienvenido, míster Marshall. Vivimos una carrera a ver quién cae más simpático a los americanos”, subraya Antonio Franco, concejal de Izquierda Unida. Su partido juega un equilibrio difícil: ideológicamente en contra de la base, pero también a favor porque hay votantes que trabajan allí. Franco habla de servilismo, pero este es mutuo y a veces propio de un guion de Luis García Berlanga. “La llegada de los barcos será buena para España. Nos permitirá aumentar los programas de voluntariado. Ahora mismo ya tenemos iniciativas dirigidas a la gente mayor, y realizamos donaciones a los comedores sociales y los conventos”, destaca Pekari, el máximo responsable de EE UU en Rota. Una pintada en una pared del pueblo, escrita en spanglish, resume el escenario con ironía: “Welcome to Rota. Give me pan and tell me tonto” (Bienvenidos a Rota. Dame pan y dime tonto).

Un constructor de la zona que prefiere mantener su nombre en el anonimato nos explica que en la base no quedan muchas obras por hacer. En su caso y en el de otros compañeros de su sector, asegura que los conocimientos adquiridos gracias al trabajo en la base le han servido para optar a nuevas obras en otras partes del mundo. Conocedor de las infraestructuras de la instalación y de los costes que supone cuidarlas, reflexiona: “La base nunca la podría mantener por sí sola la Marina española”.

Esa es sin duda una de las ventajas. En materia de defensa, nuestro país se beneficia de las inversiones realizadas por la OTAN y del adiestramiento conjunto con la Marina estadounidense. Se optimizan recursos en un contexto de recortes. Por eso no extraña que el almirante jefe de la base naval de Rota, Cristóbal González-Aller Lacalle, defina como “principal reto” de su mandato “mantener la base operativa”. En esa línea, el atraque de los barcos estadounidenses (en realidad, nunca estarán todos a la vez en el muelle, sino por el Mediterráneo) será “muy beneficioso” para España: “Nos permitirá una interacción y un aprendizaje en el día a día, y no de manera puntual como puede hacerse hasta ahora”. Es decir, entrenamiento constante con la mejor tecnología militar.

Pero este incremento de las actividades militares y de la presencia estadounidense en España preocupa a algunos. Aparentemente no son muchos los que se quejan, pero los hay. Cristóbal Orellana, de Ecologistas en Acción y de la Red Antimilitarista y No violenta de Andalucía, lleva décadas protestando contra la base y participando en todas las marchas que se realizan junto a la valla del recinto. Pide el “desmantelamiento” del mismo y “el establecimiento de una iniciativa bajo mandato de la ONU, de carácter civil y cuyo fin sea la ayuda humanitaria internacional”. Según asegura, Rota, que ha servido para operaciones militares en varias guerras y fue uno de los enclaves donde hicieron escala los vuelos secretos de la CIA en dirección a Guantánamo, está en el punto de mira: “No lo digo yo, lo dice el fiscal general del Estado”. En la Memoria 2012, Eduardo Torres-Dulce advierte: “Durante el año 2011, y a raíz de las informaciones sobre la ampliación de la base militar de Rota y del contingente norteamericano en la misma, así como de la implantación del escudo antimisiles, se ha detectado en los foros yihadistas un incremento de las amenazas a España y sus intereses”.

A Orellana le alarma además la posibilidad de que EE UU almacene “caramelos”, es decir, “armas nucleares desensambladas”, y denuncia la falta de un plan de evacuación en caso de catástrofe. Subidos a su furgoneta, nos lleva por la carretera que une El Puerto de Santa María con Rota. Señala, a un lado y otro de la valla, dos de sus principales preocupaciones, “a tiro de piedra de cualquiera”. Dentro de la base, los polvorines militares españoles y estadounidenses; fuera, diez enormes depósitos de almacenaje de combustible, una instalación civil que aprovecha el oleoducto construido por los americanos en los cincuenta. González-Aller niega el peligro: “Se cumplen todas las normas de seguridad”.

Aunque de manera más light que Orellana, todos los grupos políticos municipales reconocen el riesgo potencial de la base, pero saben que su margen de maniobra es escaso. Así que piden que al menos se reconozca su “contribución a la defensa nacional”. Es decir, que se les compense económicamente por la servidumbre militar que les “impide crecer en un tercio del territorio municipal”; que se pague 1,3 millones de euros anuales en concepto de IBI por aquellos edificios dentro de la base que el consistorio no considera “afectos a la defensa”, pero que el ministerio engloba dentro de un paquete de construcciones militares que según la ley están exentas del pago del impuesto de bienes inmuebles, y que se abonen las cifras que antaño se pagaban por el impuesto de circulación (700.000 euros anuales).

“Hay asuntos en los que no hay receptividad. Llevo muchos años trabajando en el Ayuntamiento y me he dado cuenta de que la base está muchas veces por encima del poder legislativo español. Es un lugar de interés estratégico para la OTAN, y ahí influye mucha gente. Es muy complicado”, señala el exalcalde Sánchez Alonso. Mientras tanto, el american way of life o estilo de vida americano continúa en la base. En su tienda, el coro Bach de Londres repite tres veces seguidas, como una letanía: “You can’t always get what you want” (No siempre puedes conseguir lo que quieres).

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