Los piratas existen desde que el hombre surca los mares, siendo un término conocido en Grecia desde las antiguas normas de navegación, el «Nomos Náuticos». Sinónimo de crueldad y robo marino durante siglos, el Romanticismo hizo de los bucaneros un ideal de exaltación personal, libertad y aventura. Piratas inmortalizados por el corsario Lord Byron en sus versos; Schubert en su música; o Turner en la pintura.

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La Armada de España forma parte de la fuerza de la UE en la «Operación Atalanta» para asegurar las aguas del Océano Índico

ABC, 12 Jun. Por Alberto Gatón Lasheras/Capellán de la fragata Numancia.- Y, allende el Romanticismo, por las novelas de Verne, Salgari y Dumas o Poe, Conrad, London, D’Annunzio, Shelley y Conan-Doyle, donde los piratas odian cualquier ley que no sea suya, y conjugan el compañerismo y la bravura con la rebeldía al mundo adocenado en tierra. Y, por supuesto, favorecen la «Leyenda Negra» contra el Imperio más noble de la Historia de la Humanidad: el español.

Pero la realidad es otra a la lírica de Espronceda en su «Canción del Pirata». Durante siglos hemos sufrido los españoles a los piratas, fuesen los berberiscos en el Mediterráneo o los ingleses, franceses y holandeses en el Atlántico y en el Caribe. Constituyeron una pesadilla para mercantes y poblaciones costeras. Y la sociedad internacional sólo se libró de su violencia cuando en el siglo XIX se organizó, las marinas de guerra adoptaron el barco de vapor y se persiguió a los piratas hasta destruir sus puertos de abastecimiento y organización en el Mediterráneo, Oriente y el Caribe. Parecía que la bandera negra con la calavera, tan difundida por el cine, había sido definitivamente arriada de sus naves, y marinos y pescadores disfrutarían en paz de la naturaleza, la pesca y el comercio oceánico.

La clave: la inestabilidad política

Sin embargo, a finales del siglo XX reaparecieron los piratas por la inestabilidad política y la falta de medios de Estados ribereños para la vigilancia de sus espacios marítimos. Y, entre los países en los que la piratería se ha desarrollado durante los últimos años, destaca Somalia, donde se conjuntaron la ausencia de gobierno, que la convirtió en un Estado fallido, con la sobreexplotación pesquera y el vertido de residuos tóxicos en sus aguas. Surgieron milicias locales armadas para evitar la pesca ilegal y los vertidos, y éstas pronto pasaron a la detención de buques, exigiendo un rescate por ellos y por sus tripulaciones: se hicieron piratas.

Atentados ecológicos y esquilme pesquero de sus aguas ya corregidos por la Comunidad Internacional, haciendo injustificable cualquier «comprensión» de la piratería en el Cuerno de África. Empero, desde el año 2008 numerosos buques han sido secuestrados y sus tripulaciones sufrido el cautiverio a la espera del pago de rescates; y, en ocasiones, la violación, la tortura o la muerte.

Hoy, a pesar de los esfuerzos internacionales por pacificar esta estratégica zona y hacer próspera su economía, salvaguardar sus recursos de la depredación industrial y cuidar su medio ambiente, tras la última guerra civil de Somalia la piratería es un cáncer contra el bien común de la sociedad mundial y de estos países orientales en África y Asia bañados por el Golfo de Adén, el Mar de Omán, el Golfo de Arabia y el Océano Índico. Y, asimismo, una rentable industria.

Red de gestores y financieros

Porque los piratas no son románticos filibusteros como los de las novelas. Los piratas somalíes, con frecuencia bajo los efectos de la droga khat, atacan mercantes y pesqueros de cualquier nacionalidad, dhows (embarcaciones típicas del Océano Índico, desde Yemen a la India) o buques de vela que navegan por estos mares.

Y lo hacen con una maldad organizada como un negocio internacional, con una red de gestores, financieros e inversores a miles de kilómetros de los asaltos, líderes mercenarios, piratas de a pie, alianzas con el terrorismo islámico, armas conseguidas en el mercado negro y modernos sistemas de navegación y de comunicaciones. Lo que ha hecho necesaria la intervención de las marinas de guerra de numerosos países, entre ellos los de la Unión Europea, que puso en marcha la «Operación Atalanta».

«Operación Atalanta» centrada en la lucha contra la piratería en el Océano Índico bajo el amparo de distintas resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y en la que España ha ejercido el mando de la Fuerza Naval desplegada (Eunavfor) en varias ocasiones.

Una misión en la que España aporta la operatividad de nuestra Armada y nuestra contribución a la paz mundial, protegiendo los barcos del Programa Mundial de Alimentos que llevan ayuda humanitaria para Somalia, el tráfico de buques mercantes de cualquier pabellón en la zona, la labor de nuestros pesqueros en el Índico y la seguridad de las embarcaciones de las comunidades marítimas locales, dedicadas a la pesca y al transporte de mercancías.

Por eso lejos de nuestras familias navega nuestra fragata «Numancia» en este remoto Océano Índico, devorando millas en el cumplimiento del deber, vigilando noche y día las costas, y afrontando el calor, la humedad, el cansancio y la ausencia de nuestros hogares.

Su dotación, completada con los compañeros de la unidad aérea embarcada de la Décima escuadrilla de helicópteros, surca estas aguas luchando contra el peor enemigo del marino en el océano: el hombre metamorfoseado en pirata. Porque, frente a las acciones de los piratas, ayer, hoy y mañana estará, siempre, nuestra Armada.

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